En la actualidad, en el mundo viven 8.2 mil millones de personas. Todas comparten una característica común: en algún momento de sus vidas han requerido cuidados y, muy probablemente, lo seguirán necesitando, especialmente en su etapa adulta.
El cuidado abarca tanto actividades remuneradas como no remuneradas que son esenciales para el bienestar físico y emocional de las personas. Por ejemplo, cocinar, asistir a citas médicas, cuidar a una persona enferma, o apoyar en las tareas escolares, entre otras. De esta manera, los cuidados no solo son vitales para la sostenibilidad de la vida. También son un pilar para el funcionamiento de la sociedad. Sin ellos, sería imposible realizar tareas fundamentales, incluido el trabajo remunerado, lo que tendría un impacto directo en la productividad y el crecimiento económico.
Cuidar proporciona un sentido de propósito y satisfacción, promueve relaciones más estrechas, fomenta la solidaridad y fortalece habilidades interpersonales como la empatía y la comunicación. Sin embargo, cuando estas tareas son excesivas pueden generar efectos negativos sobre quienes las realizan, especialmente en términos de salud física y mental.
Tradicionalmente, las tareas de cuidado han recaído predominantemente en las mujeres. Esta tendencia persiste en la actualidad, tanto para aquellas que forman parte del mercado laboral como para las que están fuera de él. En América Latina y el Caribe, las mujeres dedican, en promedio, tres veces más tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado. Esta sobrecarga limita el tiempo que podrían invertir en su educación, empleo remunerado, atención a la salud y desarrollo profesional. Según un informe de la CEPAL, aproximadamente el 60% de las mujeres en hogares con niños y niñas menores de 15 años no participan en el mercado laboral debido a responsabilidades familiares.
Esta situación adquiere mayor relevancia teniendo en cuenta las tendencias demográficas en América Latina y el Caribe. La región se encuentra experimentando un envejecimiento acelerado, con un incremento significativo de la población de 80 años o más. Este grupo etario tiene mayores probabilidades de necesitar apoyo o asistencia para realizar actividades básicas de la vida, lo que a su vez incrementa la demanda de cuidados a largo plazo. Más del 75% de las personas mayores en situación de dependencia en la región son atendidas por familiares, y de estos cuidadores no remunerados, 6 de cada 8 son mujeres.
Cuando los cuidados son remunerados, la disparidad es igualmente evidente. De los 9 millones de personas que se dedican al cuidado remunerado en la región, el 95% son mujeres. Esta tendencia se extiende a sectores vinculados al cuidado, como la educación, la salud y el trabajo doméstico. En esos sectores, las mujeres continúan siendo las principales responsables, reflejando una distribución desigual de las tareas de cuidado en todos los niveles.
La implementación de sistemas y políticas integrales de cuidados tiene el potencial de transformar la vida de las mujeres, liberando el tiempo que actualmente dedican a estas tareas para que puedan enfocarse en actividades que favorezcan su desarrollo profesional y mejoren su bienestar físico y mental. Estas políticas no solo benefician a las mujeres, sino que también impactan positivamente en la economía y la sociedad. A continuación, se exploran algunas de las transformaciones que podrían ocurrir con una mejor infraestructura de cuidados:
En este Día Internacional de las Mujeres, reconozcamos que invertir en cuidados representa una oportunidad sin precedentes para mejorar el futuro de las mujeres, sus familias y nuestras sociedades. Apostemos por una América Latina y el Caribe donde el cuidado no sea visto solo como una necesidad, sino un motor clave para el bienestar colectivo y el desarrollo económico.